Entre la vida y la memoria (acerca de «Relatos de un Carbonero» de Shigeyasu Takeno)

«Relatos de un carbonero» es un manga atípico.

Como lector uno se forma una serie de ideas (llamémoslas, sin pelos en la lengua, «prejuicios») de casi todo lo que está por leer, a partir de, por ejemplo, el género, el país de procedencia, el nombre del autor (o los autores), el sello editorial y tantas otras cosas que ni siquiera conocemos. Afortunadamente el encuentro con la realidad derriba siempre esos prejuicios.

«Relatos de un carbonero», ya lo dije, es un manga atípico. Y en «atípico» me estoy jugando mi pre-juicio sobre los mangas: no tiene ni esa narrativa dinámica que suelen exhibir la mayoría de los mangas, ni ninguno de todos los rasgos tan imaginativos con los que uno suele asociar a las producciones historietísticas japonesas. No.

Por empezar, es un manga de una intención «realista» muy fuerte (busca la representación, la imitación, de una serie de objetos y eventos que probablemente puedan ser contrastados en la realidad exterior a dicho manga).

Se podría decir que en la estructura de «Relatos…» hay un marco: la vida de un carbonero. En ese marco, la factura del carbón tiene un protagonismo fundamental hasta tornar la historia en casi un documental. Pero dentro de ese marco, al mostrar a ese personaje en soledad, ensimismado, que se enfrenta a cada paso con su memoria, aparece una serie de relatos. La suma de estos relatos intenta construir una biografía apurada, parcial, tan anárquica como la memoria, del carbonero. Estos relatos tienen otro andar, un poco más movido que el del marco, cambiando la tónica del manga sensiblemente.

En «Relatos…» entonces, se juegan dos pulsiones narrativas casi contrapuestas: la «pulsión documental», que aparece mayormente en el marco, intenta alentar la narración y jugar al registro preciso (en esta zona del manga se cuenta la forma de hacer el carbón, de construir una carbonera o se registran animales de la fauna con una minuciosidad casi innecesaria); y la «pulsión por el relato», que intenta dinamizar la narración y hacer de la memoria un disparador para referir historias (en esta otra zona del manga aparecen historias sobre la infancia, la caza o encuentros con animales). Estas pulsiones no alternan abruptamente sino que lo hacen de modo suplementario: una dispara la otra, la segunda enriquece a la primera.

«Relatos…» presenta (casi al modo del teatro: es una puesta en escena de) la tensión entre vida y memoria, lo azaroso del recuerdo y cómo el recuerdo modifica la experiencia de lo que se está viviendo. Tal vez ahí esté su punto fuerte. Pero, por sobre todo, merece la pena ser leído por su condición de «manga atípico» (al menos en estas pampas): para que sepamos que hay otra cosa, que siemrpe hay otra cosa que nos demuestra que nuestros prejuicios están equivocados.

[Otra reseñna de «Relatos…» acá.]

Publicado el junio 7, 2010 en Lecturas, Manga. Añade a favoritos el enlace permanente. 9 comentarios.

  1. No, pero pará pará: es atípico si lo considerás un manga, pero desde los años ’50 existe lo que se llama Gekiga, o «drama en imágenes», con Yoshihiro Tatsumi a la cabeza. El manga es infinitamente más amplio que todo el comic occidental junto, así que no podés dejar de considerar los subgéneros, che.

    Pero no se queda en el género: al mismo tiempo el Gekiga también afectó a los autores más comerciales, sino no hubiese sido posible «Adolf» de Tezuka, «Desde la prisión» de Hanawa, o la nouvelle manga de Taniguchi, entre los más conocidos, y un Adrian Tomine, de este lado del charco.

    Si querés adentrarte en el mundo de los «mangas atípicos», la mayoría de los japoneses que incluí en la Biblioteca de Globos de Diálogo pertenecen a esa vertiente. La obra de Tatsumi es un deber («Rachas» te va a parecer un robo a mano armada, de hecho).

    Saludos.

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    • Tenés razón en todo. Creo que traté de ponerlo, no sé si quedó bien en claro: es un manga atípico para mí, o para el conjunto de mangas que circulan por nuestro mercado (o por mi comiquería amiga), o incluso para los mangas que se pueden llegar a bajar traducidos de internet. Es atípico para mi pre-juicio sobre los mangas, para esa serie de ideas que construí en mi experiencia de lector de mangas. Después, si lo es o no empíricamente, lejos estoy de poder demostrarlo porque lo que leí de manga es muy poco en comparación con la masa inmensa de manga que existe.
      En cuanto a las etiquetas, los ponjas tienen algo que no deja de asombrarme: hay como quichichientos géneros y parece que están todos bastante codificados. Y lo que se escapa de esos géneros también es un género, el «Gekiga», que me lo acabás de presentar. Porque, vamos: «Drama en imágenes» no dice nada. Es como «Best Seller» acá. ¿Qué es «Best Seller»? O mejor aún: para poder leer ‘El nombre de la rosa’ sin culpa, se inventó la categoría «Best Seller culto». Una gansada. Sin embargo en occidente tenemos menos etiquetas que los japoneses, o eso creo. De vuelta, ahí está mi prejuicio.
      A Tatsumi ya me lo afané. Algún día voy a tener tiempo y ganas de leer de la compu. Por ahora lo hojeé y es lo mismo: distinto de lo que me espero cuando agarro algo que viene como «manga».
      También tengo que leer a Taniguchi, pero por ahora sólo tengo «Crónicas del viento» prestada. Y tengo cada vez menos ganas de leer de la compu.
      Bueno leerte por acá, Berliac. Saludos.

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  2. Lo que no dice nada (o demasiado) es «Drama en imágenes», es decir, la traducción aproximada al castellano. Pero «Gekiga», y más en su escritura en particular (no sé si será Kanshii, Katakana o Hiragana, o una combinación de las tres), sólo puede decir una cosa. Jodámonos por tener un sistema de escritura tan pobre. Pero sí puedo afirmar que Gekiga es Gekiga. La codificación de los géneros en Japón es posible gracias a que ocurre lo contrario que en occidente: se produce un 5000% más de lo que se habla. En «A drifting life», la autobigrafía de Tatsumi, él acuña el término Gekiga primero por una cuestión conceptual, para describir lo que él hace y /o quiere hacer, es decir historias más largas de temática adulta. Pero también responde a una necesidad editorial: cuando se presentaba su obra como «manga», los padres enviaban cartas de queja al editor.

    P.D: «Manga» mismo es un término amplio en su definición, recordemos que uno de los primeros en usarlo fue Hokusai, a finales del siglo XIX. Hay un post interesantísimo en el blog de Alcatena que cuenta corto y bien el asunto.

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  3. Tu prejuicio sobre el manga y los superheroes de la nota de Zetman me pareció más original e interesante que tu prejuicio sobre el manga y la «narrativa dinámica» de esta. Probablemente porque comparta el primero y no el segundo.

    Creo que en parte nunca entendí la idea detrás de esta narrativa dinámica que se le endilga al manga (quizás porque escucho «dinámico» y pienso en los quichicientos tomos de ciertas series o la cantidad de relleno en, por decir algo, Dragon Ball y no me cierra). Puede ser porque me falta cultura comiquera.

    ¿Es en comparación a esos bodoques de texto que se suelen (o solían) poner en historieta yanki y argentina?

    Sobre Tatsumi, el paralelismo con Eisner es lo primero que señala Wikipedia (con toda la precariedad que aporta esta fuente a mi comentario) a pesar de que Tatsumi impuso el término veinte años antes que Eisner. Lo cual habla (o no) de la arrolladora velocidad con la que se desarrolló la industria del comic en Japón y cómo influyó que Tezuka se basara en Disney en vez de los superheroes (esta hipótesis puede no resistir el menor análisis, la acabo de parir). O simplemente de cómo necesitamos referencias para hablar de oriente porque nos resulta tan ajeno.

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    • Changos, ya ni puedo inventar un prejuicio… Perdí toda originalidad! Hasta me gana de mano Wikipedia!
      =P
      Lo de Tatsumi y Eisner, desfasaje temporal incluido, sería interesante verlo en contexto (y para eso hay que conocer mucho de historia) para analizar por qué dos artistas tienen, en sus campos particulares, la estrategia de diferenciarse del resto de la producción historietística.
      Sin llegar al extremo de inventar un rótulo para la propia producción como lo hicieron Tatsumi y Eisner, según tengo entendido el viejo Breccia hacía lo mismo por estas pampas (se nota claramente en el arte, pero también hay ciertas entrevistas en las que se ve ésto… en el librito de Laura Vázquez se ve bien clarito).
      Mis prejuicios son muchos y sobre muchas cosas. Y no me preocupa exhibirlos. Vamos a ver cómo aparecen en lo subsiguiente.
      Gracias por comentar!

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      • Ah, no, prejuicios inventados no valen :P
        Nah, está bárbaro el prejuicio como disparador. Yo me fui al otro extremo, me quise despojar de prejuicios y perdí instinto, lo cual hace que cada tanto me ensarte con un bofe que sabía que no me iba a gustar y aun así leí.
        ¿Y lo del dinamismo? ¡Exijo una explicación! (Plop)

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      • Cómo te lo explico…
        ¿Leíste Slam Dunk? Si lo leiste, mejor. Slam Dunk, manga de basquet, autor: el capo de Inoue. El tipo es tan pero tan capo que tarda como cuatro o cinco tomos (cerca de 1000 páginas) en contar un partido y no te aburrís. Eso es porque pone poco texto (por lo general prescinde de narradores verbales en cajas de texto) y… bueno, no sé, hay un tomito que me lo leo en menos de cinco minutos. El ritmo de la narración es vertiginoso. Lo mismo puede llegarte a pasar con otros mangas. Yo me había hecho la idea de que los tipos son expertos en contar historias con un ritmo bastante acelerado, de ahí mi prejuicio con la narrativa dinámica (de fondo está la idea de que dinamismo=velocidad… no sé si es teóricamente acertado, pero bue…).
        En «Relatos…» el ritmo se hace más lento sobre todo cuando explica cómo hacer el carbón, pero pasa en general: la presencia de un narrador verbalizado hace que uno «tarde más en leer».
        Entiendo que manejo una noción bastante restringida de ritmo, pero creo que alcancé a explicar lo que quiero decir.

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